Segundo verso

Algunas referencias al Cielo

Siempre es de reconocer que la primera necesidad que tiene todo ser, es primero, el del alimento, luego el vestido y la vivienda o techo para cobijarse como fin último. Por eso se dan los fenómenos de familias, pueblos, razas y naciones, buscando un lugar en el Mundo. Cualquiera que mire a su alrededor se dará cuenta que en ese mismo carisma andamos todos desde que poblamos la Tierra. En verdad nada hay más hermoso que la vida en la Tierra, pues esta misma nos sustenta y nos ofrece lo que nuestra necesidad le reclama cada día, al menos hasta que la muerte nos llama y debemos dejar este hermoso vergel.

A ese lugar, que se supone un sitio más elevado a la Tierra y por necesidad algo mejor, los hombres le han denominado Cielo. Es entonces cuando nos preguntamos ¿Adonde iremos ahora? ¿Es el Cielo prometido la respuesta definitiva a todas nuestras preguntas y desafíos? ¿Es el hombre merecedor de tan soñado lugar?

Muchas preguntas podríamos añadir para no acabar, pues innumerables son las interpretaciones que se ha dado a tal lugar, pero la que verdaderamente nos importa en principio, es sin duda alguna poder resolver lo siguiente ¿Qué es en verdad el Cielo y si existen más de uno? La pregunta tal vez no tenga una sola respuesta, pues se trata de llegar a vislumbrar que el Cielo “no es un lugar”, sino que es “un estado de la consciencia” y por lo tanto debemos objetar que hay diferentes grados de consciencia, e igual número de cielos. En realidad, es necesario recordar, que el “anhelo” o el “deseo hacia algo espiritual”, es como una plegaria que antecede al logro deseado y por lo tanto se estaría de camino hacia la buscada meta, es por esto que, la generalidad de los hombres somos peregrinos en la Tierra y que andamos buscando algo de felicidad y paz verdadera.

Hay una máxima milenaria que deberíamos de tener en cuenta, y es la que dice: “¡Quien no busque el Cielo,  sino que ya se siente satisfecho con lo que tiene, ese mismo ya ha alcanzado la Gloria! Por ende, aquí estaríamos hablando del “contento” una de las puertas más buscadas para la felicidad. No se trata conformismo o de una casi derrota, sino de una toma de consciencia de la propia situación que cada uno experimenta y de la capacidad de poder valorarse positiva y plenamente. La posición inteligente de verse digno de ser “una persona agradecida” por lo mucho o poco que la Naturaleza nos haya concedido en el hoy mismo. ¿Pero sucede esto así? no, porque aún el hombre más feliz del mundo, todavía no termina de estar del todo completo, pues en el fondo de la historia, se encuentra con la presencia real del “dolor humano” viendo que otros a su alrededor no son felices. Aparece entonces ahora una cualidad divina en el ser humano, que es la caridad cuando aparece en este mismo, el anhelo u oración dirigida por la labor de trabajar, para que todos los demás alcancen algún día, algo mejor, siempre y cuando que este hombre feliz no prefiera estar solo en “su cielo particular” y haga caso omiso a la llamada altruista.

En el relato, una vez más del  Khata Upanishad, de este también tratado filosófico, nos da la respuesta escondida de la segunda parte del capítulo, donde señala la insistencia del candidato a saber “que hay más allá de la muerte inevitable de todo lo manifestado”. Nakiketas que ahora es, como el prototipo del hombre que «quiere conocer en verdad, lo que hay más allá de lo efímero y transitorio, es el mismo que ya “nada le ata al mundo”, bien porque ha llegado a la etapa de dejar el cuerpo, o mejor aún que estando todavía vivo, asume que “todas las experiencias han sido realizadas o van a ser superadas”. Es el prototipo de una Humanidad que ya no ve el pan, el vestido y la vivienda como una primera necesidad de un cuerpo necesitado, sino como algo natural y esencial para la Vida que se recibe a pesar de las circunstancias adversas.

El hombre que comprende que la Vida es generosa de por sí misma, no anda agobiado y preocupado por lo “¿qué voy a comer, como vestiré y  donde viviré?”. Pues dijo el Maestro, “No andéis agobiados por ello, pues vuestro Padre que está en los Cielos os cuidará”. «Pues si cuido a los pajarillos del campo, como no a vosotros, que sois como la niña de mis ojos»

Estamos ante la visión de algo grandioso que es “el abandono en manos de la Providencia” pues evidentemente en estas palabras del Maestro, se encuentra la más sublime de las enseñanzas, que no es otra que aquella verdadera forma de vivir en paz, o encontrar el Yoga. Esta palabra oriental, tal vez nos lleve a una falsa aplicación e interpretación por la mentalidad de la época actual, que nos hace ver ejercicios físicos en todos los Yogas y no es así, se trata de que si bien necesitamos las cosas y que debemos trabajar para conseguirlas, que el mismo deseo de alcanzarlas no nos haga perder la cabeza, pues es Yoga toda acción que sin apego a las cosas nos permite decir que hay que “trabajar para vivir y no vivir para trabajar». Si trabajáramos por Amor y no por la necesidad, estaríamos  ya en el Cielo prometido, eso es Yoga. Para ello es recomendable seguir trabajando, pero con la máxima estoica de “nada en demasía” o sin apego a los resultados, que es lo mismo. “El trabajo es el deber de realizar lo que la Naturaleza nos reclama de manera sosegada, natural y en armonía”.

Por ello, encontré en algún lugar un verso precioso que decía: ¡No quiero un Cielo prometido, solo quiero un mundo mejor para mis hermanos, que no saben porque nacen, porque viven y porque mueren y para que hallen también “Aquello Hermoso” que yo hallé en Ti!

Nakiketas en busca del Cielo, nos muestra que al final la muerte nos arrebata todo lo que tenemos adquirido, puesto que es natural aquel proverbio que dice que “de dónde venimos, tengamos algún día que regresar” al menos para una parte del Ser que le denominamos Alma o Espíritu. Surge entonces la pregunta ¿Qué hay más allá de la muerte? La mayoría de los religiosos nos contestan al unísono: ¡El Cielo! Vale pero, ¿Qué hay más allá del Cielo? El alma liberada de la muerte, anhela alcanzar al Señor de la Vida y al mismo que ha creado el Cielo, luego se trata tan solo de un lugar de paso.

En las vidas generales de la supervivencia en este, nuestro mundo, ante el desenfrenado y latente hambre que tenemos, por llegar a conseguir todas las cosas “hoy, y ahora mismo», con solo nuestros esfuerzos y nuestro poder” estriba la más escondida torpeza del hombre. ¿Las prisas? Así es, las prisas son malas consejeras. Estamos en la Civilización de las Prisas y del Consumo Irracional. No tenemos tiempo para dialogar sobre la Belleza de una puesta de Sol, como ejemplo. No tenemos tiempo porque no lo conocemos ni valoramos en realidad, el “Tempus Fugit” dice el poeta. Incluso con  esta tendencia buscamos el Cielo.

La Creación misma ha necesitado su Tiempo para manifestarse a Si Misma, sin embargo el ser hombre es sinónimo de velocidad, de prisas a todas horas. Quiere conseguir en la Tierra y ahora mismo todo lo imaginable, pero se olvida de lo más importante, que es saber que cuanta más carga o peso tenga en su maleta, menos puede elevarse hacia el mismo Cielo.  Surge la paradoja y hoy mismo en lo más avanzado de la tecnología, algunos se disponen a enviar de nuevo al hombre a la Luna o a Marte si cabe, sin embargo el género humano sigue siendo víctimas de la guerra y del dolor, lo que demuestra que cada uno busca su Cielo particular. Es la mentalidad del ego de la Tierra que pesa y mide lo que quiere alcanzar. El Cielo es un lugar de paso y nunca un producto para consumir.

Queremos “tocar” las cosas más que “contemplarlas” porque estamos dentro del terreno del peso y las medidas. Por ello el ser humano debe recordar las máximas y los relatos de los Sabios que han pasado por aquí y han dicho que “El hombre es la Medida de todas las cosas”. Por ello si de verdad se reconociera a sí mismo en lo dicho, sería un hombre completo y no andaría todo el tiempo pidiendo “esto u lo otro”. Sería feliz si se dedicara en verdad a “conocerse a sí mismo”.

Observemos que en nuestro relato ya no es necesario esta necesidad y por lo tanto podernos decir ¡No! al pan cotidiano, vencerse a uno mismo y renunciar al goce que estas mismas nos producen y si lo logramos constituye toda una hazaña. Nakiketas le dice un «No» rotundo a las tentaciones y placeres que le ofrece Yama en su reino. Se trata en suma, de hacerse humilde hasta el extremo y de aceptar que todo es un don de Dios, un regalo gratuito del mismo Hacedor que nos regala “el pan nuestro de cada día”, el mismo pan que pedimos cuando oramos. El mismo pan que se traduce en cualquier herramienta que nos permite sentirnos útiles y dignos participantes de la misma Vida, que nos invita a  SER,  mejor que a PARECER.

Toda acción y cada pensamiento deben ser entregados al Hacedor de todas las cosas, pues nosotros somos unos » ciegos y torpes» y que por lo mismo, buscamos a tientas el camino de la luz verdadera. Así pues, mediante el sacrificio diario, el rito sincero de cada religión y la propia voluntad puesta al servicio del bien y de los demás, se alcanza la Bienaventuranza. En resumen, además de obrar bien, se debe renunciar a los placeres y a los deseos temporales, así desapegados de los frutos de la acción, se libera uno de la muerte.

«Tú, oh Nakiketas, después de considerar todos los placeres que son o parecen agradables, los has despreciado uno por uno. Tú no has entrado en el camino que lleva a la riqueza, donde muchos son los que perecen.  Creo que tú, deseas el verdadero conocimiento, pues muchos deseos no consiguieron desviarte de tu propósito».

Es preciso poder sentir  que todo es pasajero en esta vida. Es preciso tomar conciencia plena, que en esta Tierra “estamos tan solo de paso”  y que por muy rectos que presuman ser nuestros deseos y pensamientos, en cuanto a las riquezas, honores e incluso la alegría misma, no son nada más que entretenimientos, pues al final de todos nuestros proyectos temporales, la muerte nos llega y arrebata todo lo adquirido, soñado y vivido, porque se acaba la función y comienza el viaje o “el éxodo”, pues es reconocido y natural que desaparecemos del Teatro una vez acabada la función. Se trata de ir a la parte trasera del escenario de la Vida, lugar desconocido para la mayoría de nosotros.

 “El Ser, más pequeño que lo pequeño, mas grande que lo grande, está escondido en el corazón de la criatura. El hombre que está libre de los deseos y el dolor, puede ver la majestad del Ser por la gracia del Creador.

“Ese Ser no puede ser alcanzado leyendo los Vedas, ni tampoco ser comprendido o aprendido. Solo aquel a quien el Ser perfecto escoge puede alcanzar su grandeza, pues el Ser ha escogido el cuerpo de ese hombre como el suyo propio”. Está hablando de la Gracia Divina o lo que los religiosos denominan, muy apropiadamente el «Espíritu Santo» que actúa libremente y en todas partes,

Y cuando dice al final de este segundo canto: ¿Quién, entonces, conoce donde está El, en quien todo desaparece y en quien incluso la muerte es absorbida? Esta es la pregunta a la que todos, de un modo u otro estamos tratando de encontrar cada día, pues en las innumerables y variadas situaciones, en los diversos propósitos y sueños humanos que realizamos a diario, dejamos de intuir el verdadero espíritu de “una durabilidad o  inmortalidad escondida”. Así pues, es evidente que en los trabajos diarios que llevamos a cabo, buscamos algo mas fijo y estable que la incierta temporalidad, en el amor la mas cierta garantía, en la salud una pronta cura si esta nos faltara, etc. y en general la durabilidad y la seguridad en todos los demás aconteceres humanos.

Por norma general, todas las tareas las realizamos  para obtener unos buenos resultados, pues en el fondo tenemos una “sed de inmortalidad y perdurabilidad”, por lo tanto ansiamos ver pronto los resultados finales. Sería como si quisiéramos “vivir eternamente” al esforzarnos en poner “un sello propio e identificativo en cada tarea. ¡Esto lo hice yo!

Queremos dejar constancia de nuestro paso por la historia, realizando nuestros proyectos y que nos sintamos útiles para el entorno. De todos nosotros es conocido aquel dicho que dice: “Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo” donde popularmente el mensaje se interpreta como “la meta que todos debemos cumplir, de trascender dejando algún bien a la sociedad, no necesariamente material. Es también la capacidad de contar la historia de nuestra vida para que pueda inspirar a otros que vienen, contando los errores, las soluciones y sirviendo de ejemplo.

Esto está muy bien, pero a todo este afán le sobreviene  un fin que inevitablemente  nos llega con la muerte. Con esta misma, se acaba la obra empezada y la tenemos que dejar a medias, la mayoría de las veces y sin demora en el estado que se encuentre. Es preciso tomar nota, de que no debemos vivir para lo transitorio y ponernos de inmediato a crear en lo que verdaderamente es Real. Es preciso llegar a discernir que estamos en un “mundo de sombras” que es algo no permanente, cambiante y perecedero, que no permite, en un primer intento encontrar los frutos de la Verdad.

Es preciso que debamos pasar ese “velo de lo aparente”, para poder ver “Aquello” que verdaderamente “Es”. Lo que Es verdaderamente Real, es el Cielo prometido, como también Aquello que verdaderamente anhela nuestra alma. En resumen de esta segunda  parte, Nakiketas es también el mismo hombre que renuncia a todos los deseos humanos, tarea sólo alcanzable al fin de toda una cadena de experiencias. Los que alcanzan esa Luz son Maestros que nos ayudan a acercarnos hacia las puertas mismas del Cielo.

Cristo dijo; “Soy la Luz del Mundo, las puertas de la Salvación”. Ambos héroes, Jesús y Nakiketas vencieron todas las pruebas, todas las tentaciones en el desierto de la vida y de la muerte, dos mundos desconocidos para nosotros, que nos sirven de ejemplo en el mundo concreto y material de nuestras vidas mortales. Esa Luz encontrada por “Ellos” adquieren claridad y se vislumbran mejor si tratamos de encontrarla, la misma Luz que brilla dentro de nosotros, aquello que llaman el Alma, el Aquello Espiritual que vivifica y anima todas las esferas de la Creación.

Gracias Maestros

 

Zharten


Reina del Espacio

Si trabajáramos por Amor y no por necesidad, estaríamos  ya en el Cielo prometido, eso es Yoga.

Para ello es recomendable seguir trabajando, pero con la máxima estoica de “nada en demasía” sin apego a los resultados, que es lo mismo.

El trabajo es el deber de realizar lo que la Naturaleza nos reclama de manera sosegada, natural y en armonía.



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